
La temporada de ballenas ya ha terminado o está a punto de hacerlo. Normalmente se pasean por la bahia de Samaná entre enero y mediados de marzo. Así que decidimos que o nos aventurábamos a verlas este fin de semana o se nos acababan las opciones de verlas. Aún así sabíamos que iba a ser difícil ya que cabía la posibilidad de que todas se hubieran ido. Pero nos dio igual, nos fuimos el viernes al mediodía con "My Toyota is fantastic" el coche de Iñaki en dirección a la península de Samaná y las Galeras. El trayecto fue muy plácido hasta Sánchez, pero a partir de allí, la carretera medio en obras y más parecida a un camino de piedras con oyos que a otra cosa y el hecho que oscureció muy pronto, se nos hizo cuesta arriba y llegamos muy cansados a Las Galeras. En total más de 4 horas de camino y al llegar, una pequeña sorpresa, el hostal que teníamos reservado resultó ser más húmedo y menos cómodo de lo esperado, así que nos tocó movernos y encontrar otro de nuestro agrado. No tardamos nada en establecernos en uno mucho más limpio, con piscina y camas cómodas. Nos fuimos a cenar a un restaurante regentado por un compatriota de San Sebastian que resultó ser el contacto perfecto para alquilar un barco para la excursión del siguiente.La cosa pintaba mal porqué hacía brisa y eso hacía peligrar nuestra expedición.


El sábado por la mañana nos despertó un impresionante sol sin brisa y tras un excelente desayuno nos dirigimos a la playa para encontrarnos con nuestro contacto. Dario nos puso las cosas fáciles, un capitán y un barco. Bueno el capitán era un chico de 25 años y el barco, una lancha de poco fiar. Pero nos hicimos a la mar decididos a buscar ballenas. Aunque no hubiera brisa, las olas estaban un poco alteradas, así que nos tocó sufrir durante más de dos horas de búsqueda infructuosa en alta mar. Con el culo plano y medio mareados decidimos ir a Playa Frontón, una excelente playa con arena blanca, arrecife para hacer snorquel, aguas azules casi cristalinas y como telón de fondo, centenares de palmeras. Pero sin tiempo para dejar las cosas en la arena, alguien divisa ballenas al fondo. No nos lo acabamos de creer ya que llevábamos más de dos horas dando vueltas sin resultado, pero al ver al capitán en el barco con el motor encendido, nos volvimos a subir directos hacia lo que parecían unos chorros de agua en medio del mar. El corazón empezó a latir con más intensidad, la emoción nos embargaba y el motor no daba más de si. A cada ola un salto y a cada salto, dolor de culo. Pero valió la pena, allí estaban, delante de nosotros, un grupo de tres ballenas que iba entrando y saliendo del mar. Luego se escondían y aparecían en otro lado, y con la lancha, a correr tras ellas. Luego otro grupo de tres más lejos, y hacía ellas que fuimos. Durante ese rato, perdimos la noción del tiempo y nos fuimos alejando de la playa. De repente el capitán nos dijo que nos estábamos quedando sin gasolina, así que volvimos a la hermosa playa para hacer un poco de snorquel, comer pescado a la brasa y darnos cuenta de lo sucedido. La tarde la dedicamos a la contemplación, la lectura, la siesta, el baño y notar esa sensación de paz que te genera un espacio tan virgen, con el ruido de las olas de fondo.

El domingo lo reservamos para visitar playa Rincón. Otro impresionante paraje sacado de una postal, con aguas azules y bastante frías, todo rodeado de montes abarrotados de palmeras. Valió la pena una hora de camino por una pista accesible solo a 4x4.
En fin, un fin de semana genial en buena compañía y lleno de emociones. Volvemos a la capital para dirigirnos con las pilas cargadas a Barahona.
Nos quedan muchas ganas de conocer otros parajes en esta isla que no deja de sorprendernos.